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Vivir la Semana Santa con los ojos abiertos y el corazón despierto es una necesidad

por LaFeCatolica

Quiero disfrutar esta Semana Santa que es la más sagrada del año. Quiero acompañar a Jesús en su camino a la cruz.

Jesús sube a Jerusalén esa Pascua. Sabe que va a ser la última. El ambiente está crispado y es consciente de la actitud hostil de los fariseos hacia Él. Quieren deshacerse de Él porque su presencia y sus palabras atraen a muchas personas por un camino que no es el que ellos desean. Jesús come con pecadores y prostitutas, hace milagros en sábado, sabiendo que la ley lo prohíbe. Además se llama a sí mismo hijo de Dios, comparándose con Dios. Sus palabras son extrañas y confunden. Los fariseos tienen miedo porque Jesús cambia cosas fundamentales. Ellos prefieren mantener las cosas como hasta ese momento y no cambiar nada. No puede ser el Mesías, porque cuando venga no sabrán de dónde viene, y este saben que viene de Nazaret. Es un hombre cualquiera. Un maestro sin autoridad. No es suficiente su actitud. No toleran su forma de vivir. Quieren que Jesús cambie, pero no cambia. Quieren que desista de sus planteamientos, pero no lo hace. Jesús es ingobernable y la única forma es deshacerse de Él. Hay personas que cuestionan mi forma de proceder. No se comportan como yo espero de ellos. Su forma de comportarse no es la que yo quisiera. En esos momentos también me gustaría que desaparecieran de mi vida, que se fueran, que cambiaran. No lo hacen, ni cambian ni se van. Y yo no me acostumbro a vivir con ellos. Ahora me escandaliza que quisieran matar a Jesús. Creo que es el sentimiento más común. Ante aquellas personas ingobernables, que tienen su forma de pensar y cuestionan la mía, me gustaría que se callaran o cambiaran o desaparecieran de mi vista. Tengo mucho de fariseo. Creo en Dios, en un Dios hecho a mi medida. Creo en su poder, mientras no cambie mis planes, ni altere mis proyectos. Cuando lo hace sin contar con mi consentimiento, digo que ya no creo en Él, o no lo amo. Yo también quiero matar a Dios. Porque no permite que yo sea dios, porque no me consiente en todos mis deseos ni hace realidad mis planes. Yo lo crucificaría si pudiera cada vez que veo que van a ser las cosas diferentes a las que yo había soñado. Los fariseos se sienten heridos por Jesús. Porque no cuenta con ellos para su reino, porque no los ha elegido a ellos y en su lugar ha buscado a pecadores, simples pescadores, publicanos. Hombres sin formación que no conocen realmente a Dios. Y lanza mensajes contradictorios que lo único que hacen es confundir a los hombres sencillos. Les habla de forma excesiva de la misericordia, en lugar de acentuar la justicia y el pago por el mal cometido. Ese Dios al que llama Padre es un Dios demasiado bondadoso. Un Dios que lo permite todo, lo tolera todo, el pecado y el mal en la vida de los hombres. Pienso en mi propia vida y siento que yo también pierdo la paz cuando alguien no piensa como yo. O intenta imponer una forma de vivir y hacer las cosas que no es la mía. En ese momento me rebelo contra esos que son diferentes. Los alejo de mi presencia, evito la confrontación, no quiero entrar en diálogo. Me cierro y los descalifico, así su postura parece que tenga menos valor. Jesús fue juzgado por los hombres por haberlos amado hasta el extremo. Lo quieren matar porque ha sido demasiado bueno con todos. Sólo porque no piensa como los poderosos y no defiende a los que tienen poder en su situación. Jesús se dice que es hijo de Dios pero no parece Dios: «Cristo, Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre». Jesús renuncia a su poder y se confunde entre los hombres como si fuera un hombre más. Se humilla y será enaltecido. Será perseguido como un hombre cualquiera y morirá crucificado entre malhechores. Jesús no se defiende, no recurre a su poder, se dejará humillar y matar sin haber hecho nada para merecerlo. Hoy escucho: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: – Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere. Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré». Jesús clamará a su Dios y Él lo amará en su dolor, en su abandono. Se dejará conducir a la muerte sin oponer resistencia. Sin querer demostrar que todo lo que decía venía de Dios. Su muerte parece un sin sentido. Y es su resurrección lo que le da sentido a todo en mi vida. Su vida eterna. Su presencia para siempre a mi lado. 

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